CLXI
“PRIMAVERA EN EUNATE”
Los campos de trigo verdean
a mediados del mes de Mayo,
como retales que remiendan,
de Gea, el campesino manto.
Una ahilada brisa alabea
los altos, espigados, tallos,
que, ante su caricia, flamean
con llamas de color presado.
Al viento, las mieses semejan
hordas feroces a caballo,
liliputienses, que atraviesan
las parcelas de lado a lado.
O un mar de esmeralda recuerdan,
con oleaje esperanzado,
por el que, invisibles, navegan
hados verdes, a todo trapo.
Del más ancestral románico,
octogonal joya contempla,
con impasible somnolencia,
los avatares de los campos.
Templo que antaño edificaron
templarios con honda sapiencia,
en punto clave de la Tierra,
en camino compostelano.
Al reposo invitan los arcos
que lo ciñen y lo rodean,
y, dentro del recinto sacro,
una afable Virgen desvela,
al oído atento, sus arcanos.
"Víctor de Castellar"
CLXXXVII
Caía la tarde sobre Trujillo.
Una rústica calle, atrás, dejaba
casas, iglesias..., en pos del Castillo.
Los restos de la fortaleza erguidos,
que, de la "Invicta Virgo en la Batalla",*
son capilla, bastión y cobijo,
austero recibimiento otorgaban.
Gigantesco se percibía el disco
solar, mientras, a esconderse, jugaba,
como flor de zadorija vestido.
El poniente reciamente soplaba,
invitando, a la vera del declivio,
a desplegar espirituales alas
y a volar rumbo a un sublime destino.
* Virgen de la Victoria
"Víctor de Castellar"
CCXLV
“MILAGRO EN LAS TRINCHERAS”
(Año 1914)
Los días son interminables.
La espera se hace insufrible…,
aguardando una orden de ataque
que, al “suicidio”, nos conmine.
A la intemperie, el frío exige
templar, aún más, las voluntades,
en este infierno en que dirimen
las Potencias sus disparidades.
En estas fiestas, Londres, te vistes
de luces, sonrisas y agradables
perfumes que, pródigas, despiden
finas muchachas, por las calles.
Venturoso el más miserable
de los mendigos que malviven
en tus entrañas, de los pesares
ajeno que el frente nos inflige.
Canturreos ininteligibles
se oyen, de los alemanes.
Beber, sus mandos, les permiten,
en tal Fecha harto entrañable.
Y sucede algo impredecible:
empezamos a acompañarles,
en los cantos que, en ambos países
son, prácticamente, similares.
Los enemigos incorregibles
nostalgias y esperanzas comparten,
trasnochando, con vocal urdimbre,
en Navidad, gestora de paces.
Un alemán, tambaleándose,
ebrio, hacia nosotros se dirige.
Porta un objeto con brillantes
luces, sin temer que lo acribillen.
De su trinchera, otros salen,
con audacia indiscutible,
sin armas, saludando amigables,
a merced de nuestros proyectiles.
Aunque un tanto vacilantes,
vamos, tras ir soltando fusiles,
sorteando hoyos, cadáveres…,
hacia ellos, que, afables, nos reciben.
La propaganda beligerante
les pintaba como ogros terribles,
mas sueñan y añoran sus hogares,
de cualquier joven indistinguibles.
Pasan los días, amistades
entablando, copartícipes
siendo de futbolísticas lides
y camaradería admirable.
Viendo a los contrincantes reírse
juntos, surgen los interrogantes:
¿Por qué la hacemos imposible,
siendo la paz tan deseable?
Mas, los de siempre, los gerifaltes,
de la juventud matarifes,
que, en sus poltronas, el mundo rigen,
exigieron la vuelta al combate.
¡Qué absurda guerra estéril y horrible!
¡Qué año de espanto inenarrable!
Navidad, Mil novecientos quince.
¡Tregua, Dios, a tanta barbarie!
Todos anhelamos, expectantes,
que nuevamente sea factible
que ambos bandos confraternicen,
y dar fin a las hostilidades.
De su trinchera, un alemán sale…,
mas nuestro teniente, insensible,
dispara al valiente..., y desplomarse
vemos la esperanza, con tal crimen.
Los generales permitirse
no podían que se reiterasen
hechos que a los rivales concilien,
y dieron órdenes tajantes.
Sin valor para insubordinarse,
somos marionetas serviles,
en una guerra abominable
que desespera al más impasible.
Muertos y vivos coexisten
en un hediondo ambiente asfixiante.
Haciéndose irreconocibles,
se descomponen los cadáveres.
Suelo enlodado, enfermedades,
ratas, piojos y chinches a miles…
Locura, obuses, granadas, gases,
terror, amargura indecible.
“Carne de cañón” prescindible
somos para los gobernantes.
¡Esto no es real, no existe!
¡Es un mal sueño interminable!
La fortuna, hasta ahora, me asiste,
del fuego germano librándome,
pero un presentimiento me dice
que está muy presta a agotarse.
Si estas líneas logran salvarse,
tú, que las lees, cuenta y no olvides…
que hubo una Navidad memorable,
en la que jóvenes con coraje
hicieron realidad… lo imposible.
"Víctor de Castellar"
CCLXI
De amargura, un reguero
fue tiñendo el Guadalquivir;
la jornada de más lamentos
que hubo Sevilla de vivir.
Queda el Alcázar en silencio,
huérfano de ti, Al-Motamid.
Vasallaje al cristiano fiero,
no habrémosle más de rendir.
¡Almorávides, venid presto
a, sin tregua, al infiel, combatir!
Queda el Alcázar en silencio,
huérfano de ti, Al-Motamid.
Infausto, por siempre, el momento
sea en que tal idea a surgir
vino en tu mente; el remedio
resultó, a la postre, ser tu fin.
Queda el Alcázar en silencio,
huérfano de ti, Al-Motamid.
Las huestes, cruzan el Estrecho,
de Yusuf, que pretende unir
las taifas de los reyezuelos.
¡Se ha la molicie de abolir!
Queda el Alcázar en silencio,
huérfano de ti, Al-Motamid.
De Álvar Fáñez, los refuerzos,
perdieron Córdoba, en buena lid,
y Yusuf ya ve, a lo lejos,
Sevilla, como oro, refulgir.
Queda el Alcázar en silencio,
huérfano de ti, Al-Motamid.
Resiste, indómito, el cerco
del Almorávide en torno a ti.
Al-Ándalus ya tiene dueño,
y no eres tú, desdichado emir.
Queda el Alcázar en silencio,
huérfano de ti, Al-Motamid.
Tu poesía es su sustento;
los jardines quiérense morir;
la belleza, el refinamiento,
luctuosas vestes han de lucir.
Queda el Alcázar en silencio,
huérfano de ti, Al-Motamid.
Cristianas campanas tañendo…
y mira hacia atrás Boabdil.
No hay amargor tan intenso
que un mortal pueda resistir.
Como en siglos venideros
padecerá un rey nazarí,
así, hoy, para un emir es tiempo
de angustia y congoja sin fin.
No pusieron las damas celo,
tal era el pesar y el sin vivir,
en cubrir sus rostros con velos,
viendo la nave, lenta, partir.
Navega el rey hacia el destierro,
surcando el manso Guadalquivir.
Inconsolables, miles de pechos.
¡Adiós! ¡Adiós, Al-Motamid!
"Víctor de Castellar"