POEMA LVI
Cuánto misterio encierran los centenarios y cristianos templos...
LVI
Cuánto misterio encierran
los centenarios y cristianos templos
en esas raras horas,
parcas, en que poder estar a solas,
cuando no se celebran
sus ritos de “obligado” cumplimiento.
Los oídos impregna
de un simple, sutil, sonido, el silencio.
¡Extraña paradoja!
E inmenso espacio, entre tallada roca,
de mortal y terrena
vestidura, invita, al desprendimiento.
Sobre silente piedra,
cincelada por artesanos diestros,
juegan luces y sombras,
velando rasgos, detallando formas,
en mudables propuestas,
dando, a las estatuas, mágico aliento.
Luminarias discretas,
su cera consumiendo a fuego lento,
con humildad, entonan
un canto a la luz que la vida otorga;
y, en lid con las tinieblas,
bregan las candelas, con su llama al cielo.
Mudas, quedas, se expresan,
dispuestas en capiteles pétreos,
figuras que allí moran
desde arcaicas, seculares, auroras,
enseñando, sin letras,
del mundo del Espíritu, el secreto.
Y los ojos se cierran,
mirando profundamente hacia adentro,
sintiendo a la paloma
que paz, en cándido pecho, atesora,
del Alma que, serena,
intensamente vibra, allende el tiempo.
Víctor de Castellar
Cuánto misterio encierran
los centenarios y cristianos templos
en esas raras horas,
parcas, en que poder estar a solas,
cuando no se celebran
sus ritos de “obligado” cumplimiento.
Los oídos impregna
de un simple, sutil, sonido, el silencio.
¡Extraña paradoja!
E inmenso espacio, entre tallada roca,
de mortal y terrena
vestidura, invita, al desprendimiento.
Sobre silente piedra,
cincelada por artesanos diestros,
juegan luces y sombras,
velando rasgos, detallando formas,
en mudables propuestas,
dando, a las estatuas, mágico aliento.
Luminarias discretas,
su cera consumiendo a fuego lento,
con humildad, entonan
un canto a la luz que la vida otorga;
y, en lid con las tinieblas,
bregan las candelas, con su llama al cielo.
Mudas, quedas, se expresan,
dispuestas en capiteles pétreos,
figuras que allí moran
desde arcaicas, seculares, auroras,
enseñando, sin letras,
del mundo del Espíritu, el secreto.
Y los ojos se cierran,
mirando profundamente hacia adentro,
sintiendo a la paloma
que paz, en cándido pecho, atesora,
del Alma que, serena,
intensamente vibra, allende el tiempo.
Víctor de Castellar
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