CCLXXVI
LA DAMA Y EL CRUZADO
Iba el conde Guillaume montado en su corcel…
Su dama, cose que cose, teje que teje,
en palacio, hallábase, pensando en su querer.
Ella, que arriba, siente; vase, rauda, a por él.
La felicidad estalla. Su abrazo, ¡cuán breve,
durando minutos luengos, juraron que fue!
Imanes son sus manos; sus ojos sólo ven
los otros tan amados. Discreto confidente
el jardín, que su paseo vela, juega a ser.
Tornasolada, harto propicia al parabién,
es la dichosa vida por un amor que crece
mecida; y las sonrisas brillan por doquier.
Justas y torneos, danzas… Al atardecer,
vagan juntos entre las flores… y estremécese
un pecho frágil con fins versos de Amor Cortés.
Suspira la bella…, mientras, de oro y miel,
sus largos cabellos peina, del espejo enfrente,
en su recámara…, soñando con vivir con él.
Mas, un día, grande alboroto, al amanecer,
de voces y clarines, la despiertan. Las huestes,
hacia la Tierra Santa, han de partir, del Rey.
En la Catedral, misa mayor, con harta fé,
por el Cardenal, celébrase en grado solemne.
De hinojos, los cruzados. Bendícelos. ¡Amén!
Voltean las campanas, mas, ella, sólo hiel,
pues su amado parte, percibe en el ambiente,
y escalofríos anegan, sin tregua, su ser.
Hora es de cabalgar rumbo a Jerusalén.
Las lágrimas no cesan. Las gargantas no pueden
hablar, y la hermosa siéntese desfallecer.
Una rosa y su medalla, de su bienquerer
dando muestras, obsequia, desconsoladamente,
a su caballero, que besa su blanca tez.
-Os amo con toda mi Alma; os seré siempre fiel.
La humedecida mirada el conde Guillaume vuelve,
contemplando a su dueña… -Os lo juro. Volveré.
La angustia es excesiva... Se siente indisponer
la enamorada. No hay nada que la consuele.
Esperar y rezar…; sólo eso podrá facer.
Lánguidamente, teje y vuelve a tejer…
Largos días, largas semanas…; y los meses
pasan… Ya no hay sonrisas; ya no hay edén...
Poco a poco, la esperanza quiere florecer…
y la polida dama se engalana…; y, desde
su fenestra, aguarda la venida de su bien.
La ilusión la impide enloquecer.
La ventana frente a su cama se convierte
en su único alivio, mientras toca su rabel.
Más de un año hace que Guillaume se fue.
Su amada, en el castillo, de su espera paciente,
cada día, piensa que el último ha de ser.
Mas muy lejos está Tierra Santa, y el revés
adverso de la fortuna conocen, con creces,
ya, los cruzados. Fácil, allí, es perescer.
La bella cree que cualquier matina ha de ver
al rey de su corazón, con semblante alegre,
victorioso, de entre el robledal, aparecer.
Mas transcurren dos luengos años; transcurren tres…
Una tarde, se oyen voces… Algo sucede…
Avisan a la dama, que baja a todo correr...
Un caballero arriba, montado en su corcel…
Es un cruzado…, malherido, a punto de caerse…
Lo sostienen y lo bajan…; muerto está de sed.
Llega la dama. –Os juré que habría de volver…
A su cabeza, reposo, en su regazo, ofrece.
-Callad. Descansad. Presto os habréis de reponer.
-Me hirieron y mil penalidades pasé…
para cumplir mi palabra y regresar... Me parece
estar ya en el cielo. No he más de padescer.
-Pronto, pasearemos juntos. Ya lo veréis.
-Me muero, mi Señora… Vuestro soy, para siempre.
Amor Eterno… os juro… En lo Alto…, os esperaré…
Al frío reino del que no se puede volver,
se ha ido, ya, el su amado... Lo abraza, ella, fuertemente…
Las lágrimas, al límite, logra contener.
No desea aceptarlo; no lo quiere creer…,
hasta que los gritos, del corazón que fenece,
y angustiosos sollozos, el valle estremecen,
terribles y desgarradores, de una mujer.
"Víctor de Castellar"
Excelente!!!! La Finura, Gallardía e Inspiración nos remonta a Lejanos Tiempos de Caballeros y Princesas!!! Felicitaciones ♥
ResponderEliminarSublimeee! Mi favorita, un canto a Amor de las Almas Gemelas.
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